Quantcast
Channel: EL DISPENSADOR
Viewing all 68121 articles
Browse latest View live

Huella de caracol | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Huella de caracol | Babelia | EL PAÍS

Huella de caracol

Las memorias inconclusas de Pablo Antoñana son un libro escrito con lupa que deja ver hasta el mínimo detalle un país, un paisaje y un paisanaje

Portada del libro de Pablo Antoñana.
Portada del libro de Pablo Antoñana.
Jinete solitario, andasolo (palabro foral), raro, marginado…, así lo consideraba, de escritor a escritor, de navarro a navarro, Miguel Sánchez-Ostiz en su imprescindible Lectura de Pablo Antoñana y consideraba que este escritor (1927-2009) construyó una nutrida obra narrativa “desde una tierra de desmemoria y rencores viejos”, su tierra, el Viejo Reyno de Navarra.
No hay lugar ahora para ocuparme de sus novelas y cuentos, y sí dedicar lo que queda a celebrar la aparición póstuma (las dejó inconclusas) de estas espléndidas memorias de infancia, guerra y posguerra (como las subtituló), donde aparece ese país imaginario, el territorio de Ioar, que está en su literatura y sobre todo esa tierra real, la muy zarandeada por historias de guerras civiles (la última: la tercera guerra carlista), como es la villa de Viana, patria chica del escritor integrista y carlistón Navarro Villoslada, en cuya casa vivió su infancia y juventud.
Con humilde precisión titula estos papeles, de apretada letra, minuciosa memoria, Hilvano recuerdos, como si estos apareciesen al desgaire apenas sostenidos por unos hilos. Y de eso nada. Es un libro escrito con lupa que deja ver hasta el mínimo detalle, un país, un paisaje y un paisanaje, poblado este último de multitud de seres fantasmagóricos, que adquieren esa condición al pasar desde la memoria descascarillada por el paso del tiempo hasta el papel. No son unas memorias literarias, en estas páginas no se nos muestra un escritor en ciernes, sino un hombre con sus dudas y pocas certezas, hecho hombre en un ambiente ideológicamente hostil, que se acerca, haciéndose hombre, a la religión, al tradicionalismo carlista y demás integrismos hasta acabar convirtiéndose en un escritor libre de ataduras.
Esa libertad le permitió seguir adelante, sin pensar en reconocimientos, ni en su país, ni en el resto de España. Un autor que compuso una valiosa obra a contracorriente, a su manera, aceptando sin entenderla su marginalidad, como buen andasolo que fue. Estas magníficas memorias de infancia y juventud, estupendamente escritas, con aparente sencillez, eso sí, ojalá sean un acercamiento a Antoñana, un escritor a descubrir.
Hilvano recuerdos. Pablo Antoñana. Pamiela, 2018. 304 páginas. 20 euros.

Hablemos de sexo, dicen las árabes | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Hablemos de sexo, dicen las árabes | Babelia | EL PAÍS

Hablemos de sexo, dicen las árabes

Dos ensayos, que entroncan con la rica tradición feminista árabe, abordan el precio que pagan las mujeres por romper con las normas de la casa, la calle y el Estado

Una mujer yemení con un niqab mira un vestido de boda en Saná.
Una mujer yemení con un niqab mira un vestido de boda en Saná.  AFP / GETTY IMAGES
El cuerpo de cualquier mujer árabe lo es por delegación, es el cuerpo de una madre, hermana, esposa o hija, incluso el que encarna el honor de una nación. Es un cuerpo a la vez colectivo y personal, público y vedado. En esto, por un lado, no es muy distinto del de cualquier mujer, también en las latitudes “occidentales”, en la medida en que de una mujer no se espera que responda de sus gestos corporales como un ciudadano cualquiera, sino sobre todo como mujer. Pero, por otro, en Argelia o Yemen, en Irak o Arabia Saudí, el cuerpo de la mujer resignifica la miseria social masiva, y sus consecuencias son de índole política, como denuncia la marroquí Leila Slimani, más conocida como novelista ganadora del Goncourt que por su faceta ensayística. Esta conclusión, no obstante, es igual de cierta intercambiando causa y efecto: la miseria política en el mundo árabe es tan profunda que se ensaña especialmente con las prácticas sexuales. El volumen de la degradante legislación sobre sexualidad, revestida de moral religiosa, es difícil de cuantificar y jerarquizar siquiera en países con una supuesta pátina aperturista, como Túnez o Líbano.
Hablemos de sexo, dicen las árabes
A proteger/secuestrar esos cuerpos guardianes de mil esencias se han consagrado varias haches malditas de la historia árabe: las de harén, hiyab, himen, hchuma. Esta última palabra, hchuma (vergüenza), apenas conocida en el imaginario orientalista, es sin embargo la que mejor sintetiza tal estado de cosas. Es una reconvención que las niñas no se cansan de escuchar en boca de cualquier mayor, y que les cala tan profundo que todos sus movimientos, físicos y mentales, quedan para siempre regidos por esa voz. A su vez, la virilidad se mide por la capacidad de transgredir la hchuma, eso sí, siempre en casa ajena. Precisamente en esa esquizofrenia reside el gran mal que aqueja a mujeres y hombres árabes, no por igual, pero sí de manera entrelazada.
El precio que pagan las mujeres árabes (y nótese que no decimos musulmanas) por romper con las normas de la casa, la calle y el Estado, con la omertà perversa que la activista egipcia Mona Eltahawy denuncia con rabia y a la que casi escupe, no tiene comparación con el de los hombres, sometidos a una misma miseria sexual, pero a salvo, al menos, de la violencia física. La liberación ha de ser, por tanto, múltiple y simultánea, lo cual es casi imposible para Eltahawy en el actual contexto político, mientras que tiene visos de haberse iniciado, al menos en el discurso marroquí, según Slimani. Ambas autoras son herederas de una rica tradición feminista árabe, que ellas reivindican por encima de las diferencias de planteamientos de, por ejemplo, sus respectivas paisanas Nawal Saadawi y Fátima Mernissi.
Hablemos de sexo, dicen las árabes
Ambos ensayos, llenos de desparpajo, reflejan algo que distingue de raíz este feminismo del europeo: su determinación de dar voz e integrar en una reivindicación unitaria a las mujeres más desprotegidas. En este sentido, el libro de Slimani es una buena continuación de la obra pionera de Mernissi Marruecos a través de sus mujeres. Lo sangrante es que, 40 años después, las mujeres más pobres estén aún más oprimidas; las más marginadas, aún más humilladas, y las más débiles, más pisoteadas en un mundo en el que la planetarización, en expresión de Gayatri Spivak, se traduce en un galopante aumento de las diferencias.
Sexo y mentiras. Leila Slimani. Traducción de Malika Embarek. Cabaret Voltaire, 2018. 224 páginas. 18,95 euros.
El himen y el hiyab. Mona Eltahawy. Traducción de María Porras Sánchez. Capitán Swing, 2018. 208 páginas. 18,50 euros.

‘Thriller’ laboral | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
‘Thriller’ laboral | Babelia | EL PAÍS

‘Thriller’ laboral

Munir Hachemi escribe una autoficción que sirve como denuncia social, política, sanitaria y económica

‘Thriller’ laboral
Munir Hachemi nació en Madrid en 1989, es licenciado en Filología Hispánica y autor de relatos y dos novelas autoeditadas. La editorial Periférica se arriesga con buen criterio con Cosas vivas, el primer trabajo de Hachemi en edición convencional. El resultado, que el propio autor ha bautizado como thriller laboral, es un ajuste de eso tan traído como la autoficción en su apartado buenas noticias. Es decir, cuando al autor le da por retorcerle el brazo a la realidad narrativa para que explique al mismo tiempo lo que me pasó y lo que pasa.
‘Thriller’ laboral
El viaje de cuatro amigos —entre ellos, el autor— para trabajar como temporeros en granjas animales en Francia hizo nacer la idea de que sus autores —tres en el viaje “real”— escribieran cada uno un cuento para publicarlos y tratar de venderlos mediante el boca a boca. Sin embargo, a Munir Hachemi se le desbocó el cuento hacia la novela corta, y eso es Cosas vivas, una novela corta que muta de piel —y casi de género— en cada una de sus ocho partes, sobre los raíles sólidos del thriller, sin que eso sea lo más importante. Funciona el suspense, que no es poco, pero, como suele suceder con los buenos escritores, la cuestión es que da igual lo que me expliques mientras me lo expliques tú. La empresa tiene más mérito cuando se nos ofrece como un artificio desde un buen principio. El juego es interesante y está casi siempre bien llevado por su autor. Una autoficción que no solo sirve para la definición del yo ante lo vivido/narrado, sino también sirve como denuncia social, política, sanitaria y económica: a la industria cárnica en los términos realizados, al racismo, a la precariedad laboral y económica, a la voracidad de la propia esencia del capitalismo. La autoficción como arma y escudo al mismo tiempo. Una autoficción que se presenta como la imposibilidad de asumir lo real, el intento de todos nosotros de hacer la vida verosímil. Una técnica narrativa que es relevante cuando el hecho de que haya sucedido en la vida del escritor nos afecte no solo como lectores, sino también como seres humanos. Y ahí está esta novela de Hachemi colándonos bendita trola narrativa —a ratos morosa, todo hay que decirlo— de limitarse a redactar un diario de lo que les pasó a él y a sus tres amigos durante ese verano iniciático —de hecho lo fue, Hachemi regresó de él siendo vegetariano—.
Cosas vivas acierta en la extensión, tiene personalidad y juega con la ramificación narrativa al hacernos avanzar en línea recta entre círculos de información anexa, recordándonos que, aunque parezca que vencemos en nuestro intento de explicarnos como narración —y atrapar todas las pistas pululando alrededor—, el resultado es y será un espejismo. La vida no tiene sentido narrativo ni conocemos todas las causas y efectos, y estos pueden ni estar relacionados, ni los finales ni las conversaciones ni los personajes persiguen su sentido dentro de un argumento. Buscamos que nuestra vida ­real sea verosímil para entenderla y apaciguarnos, y solo —o además— somos cosas vivas, salvajes, narraciones sin intención ni brillantez.
Cosas vivas. Munir Hachemi. Periférica, 2018. 153 páginas. 16 euros.

Vivir a pie de página | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Vivir a pie de página | Babelia | EL PAÍS



Vivir a pie de página

Fernando Beltrán recopila en ‘La vida en ello’ un puñado de prosas escritas desde finales de los ochenta, incluyendo varios inéditos

Portada de 'La vida en ello'.
Portada de 'La vida en ello'.
Los volúmenes misceláneos conllevan el riesgo de que la corteza anecdótica nos impida ver el meollo reflexivo. Por fortuna, no es este el caso de La vida en ello, donde Fernando Beltrán recopila un puñado de prosas escritas desde finales de los ochenta hasta anteayer, incluyendo varios inéditos. Aunque no falten algunos (pocos) textos de compromiso, hay en estas hojas volanderas una verdad lírica y humana que nos autoriza a leerlas como “la cara en prosa de su trayectoria poética”, según afirma Leopoldo Sánchez Torre en el prólogo.
Así, el libro se abre y se cierra con sendas evocaciones del padre y de la madre. Entre una y otra hallamos entusiastas homenajes a los autores de cabecera (desde los “ángeles subterráneos” de la generación beat hasta diversos nombres del 50, como Claudio Rodríguez, Ángel González o Antonio Gamoneda); guiños cómplices a quienes militaron con él en el movimiento sensista, que aspiraba a sacar la poesía de los anaqueles y devolverla a la realidad cotidiana; o cartografías anímicas que demuestran que la literatura también sirve de brújula.
Con todo, lo más interesante del volumen se localiza en sus meditaciones metapoéticas, en las que se condensan una ética y una estética. A los manifiestos urgentes redactados en las postrimerías de la movida, que defendían una escritura entrometida en los asuntos diarios, contaminada de una impureza nerudiana y dirigida al hombre de la calle, se suman ahora varias páginas indiscretas donde el autor se somete a sí mismo a un tercer grado o se pasea por los escaparates del consumismo (La Semana Fantástica es el título de uno de sus poemarios más celebrados y de una de las poéticas reunidas aquí).
Tampoco es de extrañar que quien se ha dedicado profesionalmente a bautizar el mundo, a través del estudio El nombre de las cosas, exponga su pensamiento a través de eslóganes existenciales camuflados de lápidas aforísticas. Para muestra, un botón: “El poeta tiene la cabeza llena de pájaros y el corazón lleno de piedras”. En suma, Beltrán revela que el único compromiso ineludible del escritor consiste en entregarse a las palabras como si le fuera la vida en ello.
La vida en elloFernando Beltrán. Universidad de Valladolid, 2019. 310 páginas. 26 euros.

Wolfram Eilenberger: “Es peligroso creer que la filosofía ayuda a conseguir la felicidad” | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
Wolfram Eilenberger: “Es peligroso creer que la filosofía ayuda a conseguir la felicidad” | Cultura | EL PAÍS

Wolfram Eilenberger: “Es peligroso creer que la filosofía ayuda a conseguir la felicidad”

El ensayista cruza en su trabajo las obras de Benjamin, Wittgenstein, Heidegger y Cassirer

Eilenberger, este lunes, en Madrid.
Eilenberger, este lunes, en Madrid. 

No he venido a hablar de mi libro | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
No he venido a hablar de mi libro | Cultura | EL PAÍS

CAFÉ PEREC COLUMNA 

No he venido a hablar de mi libro

Si suprimieran los autores las explicaciones sobre sus obras quizás no echáramos en falta nada

El escritor francés Jean Echenoz, en su casa de París en 2018.
El escritor francés Jean Echenoz, en su casa de París en 2018. 
Las dos únicas conversaciones que he tenido con Jean Echenoz, sentados en la terraza de un café y con tiempo por delante —una en Barcelona el siglo pasado y la otra, hace unos meses, frente al mar de Bastia—, giraron en torno a un mismo y único tema: el horror y el absurdo de las entrevistas en las que se espera que el autor de un libro explique lo que ha escrito. En ambas ocasiones, imaginamos a Kafka aclarando una y otra vez a la prensa de Praga el significado de La metamorfosisy qué clase de extraño animal era “el monstruoso bicho” al que hacía referencia en la primera línea de su relato. ¿Qué era? ¿Un chinche, un ciempiés, un escarabajo, una langosta? Y también imaginamos a un agobiado Marcel Proust, rodeado de periodistas que estarían exigiéndole que explicara científicamente por qué una magdalena sumergida en el té puede hacernos viajar al pasado.
Decía Julio Ramón Ribeyro que uno escribe dos o tres libros y luego se pasa la vida respondiendo a preguntas y dando explicaciones sobre ellos, lo que probaría que a la gente le interesa tanto o más las opiniones del autor sobre sus libros que sus propios libros, y que quién sabe, quizás a causa de ello ese autor no escribe nuevos libros o solo libros sobre sus libros. Para contrarrestar este peligro, proponía Ribeyro tener presente que una buena obra no tiene explicación, una mala obra no tiene excusa y una obra mediocre carece de todo interés.
De modo que si un buen día suprimieran los autores las explicaciones sobre sus libros quizás no echáramos en falta nada. Es más, nos ahorraríamos groseros esfuerzos y sudores inútiles. Es algo que parecía tener claro John Ashbery cuando interrumpió a su amigo, también poeta, Kenneth Koch, en una conversación de 1965 en Tucson, Arizona. Le interrumpió para decir: “Bostezo”. El tenso silencio que siguió a esa palabra fue el punto de partida de un breve rifirrafe. Koch: “¿Puedo saber por qué te aburres?”. Ashbery: “Lo que decías se parecía demasiado a cómo hablan los artistas cuando pretenden explicar su arte. Y yo pienso que es muy difícil ser un buen artista y ser capaz de explicar de manera inteligente tu trabajo. De hecho, lo peor de tu arte siempre es aquello de lo que resulta más fácil hablar”.
Perfecta tesis. Desde que la leí, me intranquiliza ver que voy a hablar con cierta facilidad del libro que acabo de publicar. Por suerte, hay veces que freno en seco esa felicidad y hago que asome la verdad, digo que el libro es tan bueno que voy a ser incapaz de explicarlo de una manera inteligente. Aún así me hacen preguntas y yo espero a llegar a la última —siempre acerca de mis proyectos— para poder por fin simular que explico algo. Cuando esa pregunta final llega, digo que preferiría no pensar que tengo algún objetivo en concreto, ya que en tal caso podría verme obligado a programarme a mí mismo. Rotas las expectativas del entrevistador, el problema suele llegar cuando, después de esa respuesta, a este aún le queda otra pregunta.

El hombre que inventó a Emilio Lledó | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
El hombre que inventó a Emilio Lledó | Cultura | EL PAÍS

El hombre que inventó a Emilio Lledó

Cipriano Játiva recoge el pensamiento del filósofo en el libro ‘Palabras en el tiempo’

Emilio Lledó, a la derecha, y Cipriano Játiva, este martes en Madrid.
Emilio Lledó, a la derecha, y Cipriano Játiva, este martes en Madrid.  EFE
“Él es el autor. Este hombre ha inventado a Emilio Lledó”, proclamaba en voz bien alta este martes el propio Emilio Lledó (Sevilla, 1927), filósofo, uno de los pensadores españoles contemporáneos más importantes, al término la conferencia de prensa en la que se acababa de presentar en Madrid Palabras en el tiempo, de Cipriano Játiva. A él se refería Lledó y al libro que recoge en forma de diccionario su pensamiento, a base de textos escogidos del maestro, en torno a palabras ordenadas alfabéticamente, precedidas cada una por una introducción de Játiva y encabezado todo ello por una introducción que es, en realidad, “una auténtica monografía”, ha dicho Lledó durante la presentación.
Y también ha explicado lo de verse inventado, o al menos reinventado, a través de los ojos de Játiva, con frases como estas: “Él es el autor; yo soy aquí el sujeto paciente y feliz”; “Yo me he descubierto, me he visto en este libro como un personaje extraño en las manos de Cipriano, y que yo he asumido por las manos que me lo ofrecían y porque no me parecían disparatadas las cosas que él había seleccionado de ese señor que habéis llamado don Emilio”; “Me ha descubierto a mí, y lo digo sin la menor exageración, me he descubierto a mí mismo y me ha hecho reflexionar”; “[Con esta obra] he tenido sensaciones originales en el sentido etimológico de la palabra origen, porque era yo entreverado en un libro que rezuma amistad”.
Amistad ha sido una de las palabras más repetidas en la presentación del texto, editado por la Fundación José Manuel Lara en colaboración con el Centro de Estudios Andaluces de la Junta de Andalucía. “Quiero darle las gracias por haber sido mi maestro en el más amplio y en el mejor sentido de la palabra, por haber por haberme dado de una manera absolutamente de generosa su amistad desde que nos conocemos”, ha dicho Játiva, que hace casi dos décadas firmó la tesis titulada Historia y razón poética en María Zambrano, dirigida por Emilio Lledó. Játiva (Albacete, 1959) ha compaginado su labor como docente con la escritura de obras como La extrañeza de cerca (2001) y Anhelo de los puentes (2005).
Ahora, sobre Palabras en el tiempo, ha explicado: “El otro día leí unos versos de Roberto Juarroz que creo que resume lo que he intentado: ‘El oficio de la palabra/ mas allá de la pequeña miseria/ y la pequeña ternura de designar esto o aquello/ es un acto de amor: crear presencia’. Yo he intentado crear presencia”. El diálogo, ha añadido, según lo describe su maestro, se fundamenta “en la escucha, en la capacidad escuchar a los demás”. “Creo que esa es una de las cosas que quizá más nos falten en nuestros tiempos; escuchar a otros es el principio. Eso está en el pensamiento de Lledó y eso es lo que he intentado: que estas palabras que he elegido sirvan para escucharlo mejor, más cercano y facilitar que lectores jóvenes —o menos jóvenes—, vuelvan a los libros de Emilio y sigan con otros libros”.
Junto a amistad —“Solo los amigos entienden”, ha citado Lledó a Aristóteles—, diálogo ha sido la otra palabra más repetida. “Quiero decir algo que tiene que ver con el diálogo y con la filosofía y que se suele olvidar: el primer bloque genial filosófico de eso que se llama cultura occidental son los Diálogos de Platón”, el autor que “inventó el diálogo como forma de comunicación filosófica”, ha explicado Lledó. Por eso, sigue defendiendo a los clásicos: “Yo todavía me enriquezco leyendo a los clásicos, a Platón, a Aristóteles y el Quijote, que lo he leído más de 15 veces porque cada vez aprendo más y me dejo llevar menos por mis propias ideas y más por ese diálogo”.
Y para intentar facilitar ese diálogo con el autor, entre muchos otros, de Memoria de la éticaEl silencio de la escrituraElogio de la infelicidad o La memoria del logo, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, aquí va estePalabras en el tiempo, abecedario filosófico de Emilio Lledó —aunque no pueda, ojo, sustituir la lectura directa de sus textos, advierte el propio Játiva—. 

Grecia inventó la novela, que sigue tan campante | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
Grecia inventó la novela, que sigue tan campante | Cultura | EL PAÍS

Grecia inventó la novela, que sigue tan campante

Garcia Gual ingresa en la RAE con un viaje al origen de la ficción

Carlos García Gual lee su discurso de ingreso en la Real Academia Española ayer en Madrid.
Carlos García Gual lee su discurso de ingreso en la Real Academia Española ayer en Madrid. 

Los 'best sellers' que (según las matemáticas) más lectores abandonan | ICON | EL PAÍS

Astrid Holleeder, delatora y víctima del hermano mafioso | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
Astrid Holleeder, delatora y víctima del hermano mafioso | Cultura | EL PAÍS

Astrid Holleeder, delatora y víctima del hermano mafioso

La abogada, amenazada de muerte, explica desde su escondite su vida junto a Willem, el criminal más famoso de Holanda. Su autobiografía, ‘Judas’, acaba de editarse en castellano

Willem Holleeder en un juicio en Ámsterdam en 1987. A la izquierda, su hermana Astrid, de niña.
Willem Holleeder en un juicio en Ámsterdam en 1987. A la izquierda, su hermana Astrid, de niña. 

No hay fotos recientes de ella, ni las habrá mientras su hermano siga queriendo asesinarla. Astrid Holleeder vive bajo la amenaza de Willem Holleeder, el mafioso autóctono más famoso de Holanda, conocido por todos como "el gánster mimado" y también como "la nariz" por razones obvias. "Claro que lo intentará. Si bien no tengo problema en morir, temo por mi hija", confiesa Astrid, sentada en un despacho interior y recluida del mundo. Acceder a esta abogada penalista holandesa es una odisea llena de guardaespaldas e instrucciones hasta llegar al escondite donde espera como testigo protegido en el juicio contra su hermano mayor. Ella lo delató y ahora su vida corre mucho más peligro que cuando fue confidente de un hombre sobre el que pesan ocho crímenes.
A lo largo de dos horas de conversación, Astrid Holleeder convierte el examen mutuo que subyace en toda entrevista en un sincero viaje alrededor de sus sentimientos, temores, desilusiones y alguna alegría.
En 1983, su hermano fue uno de los cerebros del secuestro de Freddy Heineken, director de la famosa cervecera. Willem, años después, se metió en el negocio de las drogas y ahora está siendo juzgado por cinco asesinatos, un homicidio y dos asesinatos frustrados. Todos los muertos eran antiguos socios. Astrid sospechó que mentía sobre esas muertes, y cosió un micrófono a su ropa interior para grabar sus confidencias. En 2015, las entregó a la policía y luego testificó en su contra. Una traición que la atormenta y da título a su autobiografía Judas(publicada ahora en España por Reservoir Books). En Holanda, vendió 80.000 ejemplares en un día y medio millón de ejemplares en un año. Traducida a 12 lenguas, la ha hecho famosa e invisible. Judas tiene doble sentido: describe el estado de ánimo de Astrid y el comportamiento que atribuye a su hermano con otros hampones. Rodeada de guardaespaldas, cambia de casa a menudo y está segura de que su hermano quiere matarla. Pero entregarlo era la única forma de hacer justicia.
La rutina de un testigo protegido requiere disciplina y capacidad de reacción. Los agentes que guardan a Astrid Holleeder, de 53 años, se organizan en círculos, como si giraran alrededor de un planeta. Aunque no aparecen, hay que seguir sus instrucciones a rajatabla, y la primera fase consiste en acudir puntual a Ámsterdam, a un lugar señalado. Desde allí, se llega en coche a otra dirección. La abogada, mutada en escritora porque ya no puede ejercer, recibe a la hora convenida. El día es luminoso y frío y la gente pasea con gusto. Un ejercicio que le está vetado. En 2016, Willem, de 60 años, estaba en custodia en la cárcel holandesa de máxima de seguridad de Vught (sur del país) a la espera del juicio por los ocho crímenes mencionados, cuando fue llamado por los jueces. Le acusaban de haber orquestado, desde la celda, el asesinato de Astrid y Sonja, su otra hermana, que también colabora con la fiscalía. Se encargaría un sicario, que debía acabar también con Peter R. de Vries, un conocido periodista experto en los bajos fondos. Otro recluso informó a las autoridades a tiempo. Según dijo, Holleeder pagaría 70.000 euros en dos tandas por deshacerse de sus hermanas.
De izquierda a derecha, Willem, Gerard, Astrid y Sonja Holleeder en 1966.
De izquierda a derecha, Willem, Gerard, Astrid y Sonja Holleeder en 1966. CORTESÍA DE LA FAMILIA HOLLEEDER

Dinero, poder y autógrafos

"Willem es un asesino en serie. Solo le mueve el dinero y el poder, y es muy peligroso porque es carismático. Cuando estás con él, es capaz de manipularte hasta que acabas de su parte. Por eso la gente de nuestro antiguo barrio del centro de Ámsterdam, Jordaan, le saludaba por la calle cuando pasaba en moto. Hasta le pedían autógrafos", asegura, mientras se emociona al recordar la terrible situación familiar que marcó su infancia. Astrid intentó liberarse estudiando Derecho, haciendo otros amigos y dejando atrás el barrio, pero la vida delictiva de su hermano ha acabado por desbaratarlo todo. 
Hijos de Wim Holleeder, un empleado de Heineken ya fallecido, y de su esposa, Stien, que tiene 83 años, el padre era un hombre violento y bebedor. "Solo nos hacía daño", señala su hija. "Gritaba y nos pegaba a todas horas, y mi hermano se convirtió en el hombre de la casa al ser el mayor. Sonja, mi otro hermano, Gerard, Willem, y yo formamos una piña y nos cuidamos. Nosotros éramos la familia, con mi madre, que hizo lo que pudo por protegernos. En Jordaan estas cosas pasaban a menudo, y Willem creció en la calle, en malas compañías. Es la tercera generación de varones violentos. Mi abuelo paterno era miembro del Movimiento Nacional Socialista, el partido fascista holandés, durante la Segunda Guerra Mundial, y abusaba de nosotras. Todo eran besos y caricias extrañas, que solo comprendí cuando le vi hacerlo también con Sonja".
Durante años, el lazo forjado en la infancia convirtió a Astrid en la confidente y asesora de Willem. "Es mi hermano y le quiero. Si pudiera, volvería a empezar, en casa, para recuperar la niñez perdida. Por eso me siento culpable de la delación. A pesar de que sé que tiene dos caras y miente. Estoy segura de que está involucrado en los asesinatos". Gracias a su experiencia como jurista, ella le explicaba cómo manejarse en público. Por ejemplo, en 2012, cuando Willem se prestó a una larga entrevista televisiva con estudiantes de leyes de la Universidad de Utrecht. "Freddy Heineken estuvo atado a una cadena, igual que su chófer, Ab Doderer, durante las tres semanas del secuestro. No se podían mover, y comían y hacían sus necesidades en una celda montada en una nave industrial. Le dije que hablar sobre el dinero del rescate, parte del cual nunca ha aparecido, era una cosa, pero las cadenas no tenían justificación. Cuando le preguntaron sobre ello, optó por una especie de disculpa. Dijo que no eran necesarias, y pasó como un acto de contrición".
Willem Holleeder y su amigo y socio Cor van Hout en 1985.
Willem Holleeder y su amigo y socio Cor van Hout en 1985. RENÉ BOUWMAN
Holleeder y su amigo de la infancia, Cor van Hout, pidieron el equivalente a 16 millones de euros actuales por liberar a Heineken y la familia pagó. Cuando encontraron al empresario y al conductor, los secuestradores habían desaparecido con el dinero. Holleeder y Van Hout estuvieron tres años en Francia antes de ser extraditados. Sus otros dos cómplices también fueron apresados. Condenado a 11 años de cárcel, Willem era visto en el barrio como "una especie de Robin Hood". "La gente decía: 'Bueno, Heineken puede pagar el rescate'. Como si el dinero compensara lo ocurrido", recuerda Astrid. En 2007, fue sentenciado a nueve años de prisión por extorsión. Cumplió cinco, y cuando salió era ya muy famoso en su país. Desde 2018, está siendo juzgado de nuevo.
"En el libro trato de mostrar nuestro entorno y las diferencias entre Van Hout y mi hermano. Cor se casó con Sonja, mi hermana, y era un criminal, pero tenía otro carácter. Una cierta pasión por la vida y un carisma distinto. Es uno de los asesinatos que se le atribuyen a Willem, a pesar de los lazos de sangre. Es posible que secuestraran a Heineken porque mi padre lo idolatraba. Que haya un cierto eco freudiano en ese tipo de maltrato. Mi hermano no tiene límites. No ha aprendido a respetar a nadie, y he tratado de mostrar que la única que podía traicionarle era yo. Era inevitable. De no hacerlo, otros estaban en peligro", asegura Astrid, que confía en una sentencia condenatoria. "En la cárcel es el rey. Es su ambiente".

PARADOJAS DE UNA VIDA BAJO LA SOMBRA DE LA MUERTE

Cuando Willem Holleeder cumplió su condena por el secuestro de Freddy Heineken, director de la cervecera holandesa, se puso “a trabajar”. Así lo dijo ante las cámaras de televisión en 2012, pero su actividad distaba de ser corriente. “Entró en el mundo de la droga, donde el dinero y los ajustes de cuentas son la norma”, aclara Astrid, su hermana menor. Ella debe ocultarse porque ha declarado en su contra y ha escrito Judas el libro en el que cuenta todo.
Su hija, sin embargo, es una conocida presentadora de la televisión holandesa. Se llama Miljuschka y es también modelo y actriz, además de chef en varios programas de cocina. “Es una ironía del destino. Yo quiero protegerla, y al mismo tiempo dejar que cumpla sus sueños”, dice su madre. “Ella me pide que trate de disfrutar un poco, aunque lo único que no quiero es salir de Holanda. Es una pena, porque Willem, en realidad, no tiene familia. Todo gira alrededor del dinero, cuando podría haber intentado ser un buen padre para su propia hija e hijo. Aprovechar esa oportunidad que le daba la vida”, cuenta.

‘La paradoja del bibliotecario ciego’, el lado oscuro de las familias normales | Blog Elemental | EL PAÍS

$
0
0
‘La paradoja del bibliotecario ciego’, el lado oscuro de las familias normales | Blog Elemental | EL PAÍS

‘La paradoja del bibliotecario ciego’, el lado oscuro de las familias normales

Ana Ballabriga y David Zaplana firman un sólido 'thriller' coral sobre la cotidianidad del mal

Ana Ballabriga y David Zaplana en el programa 'Cultura con ñ de RTVE'.
Ana Ballabriga y David Zaplana en el programa 'Cultura con ñ de RTVE'.
Jou, jou, jou, pasadas las Navidades, entrañables fiestas familiares donde las haya, he releído con fascinación esta novela sobre familias aparentemente normales donde todos tienen trapos sucios que, por supuesto, se lavan en casa, me pregunto una vez más, ¿existen realmente las familias normales?
Entonces, ¿por qué las estadísticas dicen que la mayoría de los asesinatos son cosa de familia?
Pero mejor, empecemos por el principio, empecemos por Camilo.
Camilo es un popular novelista de género negro culto y refinado que vive una vida aparentemente idílica, pero frustrado por no ser más que un popular novelista de género negro ignorado por la crítica. Hasta que un día, Camilo descubre una llave oculta en el revólver de su padre, un policía que se suicidó misteriosamente hace veinte años. Una llave que le llevará a reabrir el último e inconcluso caso de su progenitor, y a descubrir sus secretos mejor guardados. Unas pesquisas con las que espera, al fin, poder dar a imprenta una obra con la que alcanzar el ansiado reconocimiento literario.
Y si La paradoja del bibliotecario ciego fuese una novela negra típica, una novela negra más, con la intrincada historia de las indagaciones de Camilo sería suficiente.
Pero claro, si fuese una novela negra típica, una novela negra más, ahora no estaríamos hablando de ella, ni de que en mi opinión es una de las mejores que se publicaron el año pasado en nuestro país, la mejor, a mi juicio, si hubiera contado con un buen corrector para pulir su estilo y limar algunas desafortunadas frases durante sus primeros compases.
Y es que además de un popular escritor culto y refinado, Camilo es muchas otras cosas: el marido maltratador de una bella y elegante ejecutiva, el padre de un adolescente acosador y consentido, el hermano de una amargada ama de casa desahuciada, el hijo de una coja manipuladora y castradora, el tío de la principal víctima de su hijo… Y esos son solo algunos de los más de diez coprotagonistas de esta ambiciosa y coral obra que pretende poner el foco sobre la anormalidad de las familias normales, y arrojar algo de luz sobre el lado más oscuro del alma humana.
Porque todos, absolutamente todos los personajes de esta novela tienen algo que ocultar, son lobos con piel de cordero, verdugos de manos inocentes, y todos, absolutamente todos son víctimas de una atmósfera de violencia, de un trágico efecto dominó que les convierte irremisiblemente en victimarios, haciendo que uno tras otro, ficha tras ficha, todos vayan cayendo bajo el yugo del eros y el thanatos, ante las pulsiones de amor por lo prohibido y odio por los que les rodean, llegando incluso a estar dispuestos a la mayor de las bajezas, a verter la sangre de su sangre.
Y todo esto y mucho más es este apabullante thriller costumbrista, que gracias a su continuo cambio de personajes no da respiro al lector durante sus 400 páginas. Una actualización de las más demoledoras tragedias griegas con la que los ganadores del premio Amazon Indie 2016 Ana Ballabriga y David Zaplana han logrado entretejer magistralmente los destinos de tantos y tan variados, complejos y atormentados antihéroes como solo Víctor del Árbol había conseguido, regalándonos una novela impactante e incómoda como pocas, que sorprenderá y dará mucho que pensar a lectores de toda la familia y todas las familias. 
Sergio Vera es coordinador del Club de Lectura de Las Casas Ahorcadas 

El ángel oscuro de Constantinopla | Cataluña | EL PAÍS

$
0
0
El ángel oscuro de Constantinopla | Cataluña | EL PAÍS

LA CRÓNICA

El ángel oscuro de Constantinopla

Un viaje a Estambul con el recuerdo histórico y literario de la caída de la vieja capital bizantina en 1453

Vista de las murallas de Constantinopla desde la Puerta Dorada.
Vista de las murallas de Constantinopla desde la Puerta Dorada.
Viajé a Estambul para ver la caída de Constantinopla, entre otras cosas. Llegué tarde, como me suele suceder, muy tarde: la vieja ciudad, la Manzana Roja (no confundir con la Gran Manzana), como la conocían los turcos, que tanto la deseaban, cayó en manos del sultán Mehmed II el 29 de mayo de 1453, una de las fechas fundamentales de la historia. Ese día, que marca el fin de la Edad Media y que pilló inoportunamente a unos cuantos catalanes en la ciudad (varios se dejaron la piel en las murallas y más de uno fue decapitado), conmocionó al mundo de entonces de la misma manera que al nuestro le impactaron la muerte de Kennedy o la caída de las Torres Gemelas. La gente preguntaba "¿y que estabas haciendo tú el día que cayó Constantinopla?" como nosotros hacemos, por ejemplo, con el 23-F. La verdad, es más bonito recordar lo que hacías cuando cayó Constantinopla.
Yo quería asomarme a ese suceso, la madre de todas las caídas, que me conmueve desde que leí de muy joven por primera vez El ángel sombrío, de Mika Waltari, la gran novela del asedio, como me conmueven todos los finales y derrotas. Tiene algo la caída de la ciudad marchita, el último bastión de un mundo en decadencia, de ritos dorados, de dinastías añejas (Comnenos, Cantacucenos, Paleólogos), de borceguíes púrpura, iconos y cánticos entre mosaicos y columnas de pórfido, que te envuelve en una nube de melancolía y pesar. Como si aquello hubiera sido algo personal. Es decir Constantinopla y pensar en su fin y quedarte a la vez embelesado y afligido, extático, turulato.
Me encontré así un día la semana pasada a la orilla del Bósforo, a un lado Asia, al otro Europa, y yo en frente en Estambul. Chillaban las gaviotas en un cielo gris de una tristeza infinita, rielaba espeso el mar de Mármara y se elevaban como espectros sobre las cúpulas otomanas los dedos pálidos de los minaretes. Me sentía el alma como si se me escurriera. Viajaba yo cargado con las voces de tantos amigos que parecía una caravana veneciana: Waltari (que es mucho más que Sinuhé el egipcio), Pierre Loti, Lord Byron, Gibbon (el gran escriba de las decadencias y caídas), Runciman, Graves, Norwich..., incluso con las cuatro palabras de Paddy Leigh Fermor, que fue llegar aquí, al final de su viaje y quedarse casi mudo, el tío, y mira que era elocuente, y que había materia. También llevaba poesía. Yeats (Sailing to Byzantium, "That is no country for old men"), Henrik Nordbrandt... No es recomendable leer poesía cuando estás en modo romántico y lúgubre en Estambul, te puedes tirar al Bósforo. Yo casi me fundo al leer en Santa Sofía, donde se refugiaron los supervivientes para ser masacrados (como el cónsul catalán) o esclavizados entre el flamígero fulgor de la ciudad en llamas, aquellos versos de Nordbrandt: “Nuestro amor es como Bizancio/ tuvo que haber sido/ la última noche. /Tuvo que haber habido me imagino/ un resplandor en los rostros/ parecido al que tiene tu cara/ cuando te echas el pelo para atrás/ y me miras”.
Estambul, desde el Cuerno de Oro.
Estambul, desde el Cuerno de Oro.
Pero no todo era nostalgia, con eminente espíritu práctico y para redondear bibliografía, le había pedido al historiador Roger Crowley que me pasara unas someras instrucciones para echar una ojeada in situ a la caída de Constantinopla, el fin de aquel mundo y el símbolo del fin de todos los mundos. Crowley, autor de la espléndida y vívida (como todos sus libros) Constantinopla 1453, el último gran asedio (Ático de los Libros, 2015) me recomendó ir a las grandes murallas terrestres, donde se produjo el gran, apocalíptico asalto final. Esas murallas son una estructura impresionante, el sistema defensivo más poderoso de la Edad Media. Van del mar de Mármara al Cuerno de Oro a lo largo de casi seis kilómetros. El núcleo principal es la muralla doble de Teodosio, erigida en el siglo V. Yo, claro quería ir a los puntos más calientes del asedio, a ver si se notaba aún algo. Así que tomé un taxi y para allí que me fui.
Resultó que el conductor no hablaba mucho inglés y que la erudita información de Crowley no la hubiera descifrado ni el conde Belisario así que ni te digo un taxista turco acostumbrado a que le pidan ir a un espectáculo de danza del vientre. Acabamos recorriendo de un lado a otro la muralla  a ver si me sonaba algún sitio, lo que era difícil porque está todo muy cambiado desde que atacaron los turcos, y además llovía. Yo trataba de hacerle entender al chófer que buscaba la zona cero del asalto mimando la batalla y representando ora al ejército de Mehmed avanzando ora al del basileius Constantino XI Dragases Paleólogo peleando desesperadamente sobre la muralla, con el propio emperador arremangándose y a su lado el valiente (aunque no del todo) Giustiniani. De repente al taxista se le iluminó la mirada. Me guiñó un ojo y condujo hasta un descampado —para mi alarma: empecé a pensar en El expreso de medianoche y en la violación de Lawrence de Arabia en Deraa— y me dejó en un edificio moderno con el cartel "Panorama 1453". Resultó ser un museo de exaltación nacional consagrado a mostrar una reproducción inmersiva a tamaño natural y 360º del momento final del asedio.
Una mujer turca velada en el museo Panorama 1453 de Estambul que muestra el momento final del asedio de Constantinopla.
Una mujer turca velada en el museo Panorama 1453 de Estambul que muestra el momento final del asedio de Constantinopla.
Al salir había caído la noche, así que pasamos a toda velocidad en el taxi ante las puertas de la muralla real, y yo suspiré al ver la de San Romano, Topkapi (no confundir con el palacio),  “la puerta del cañón”, porque es donde concentró sus disparos la monstruosa bombarda del artillero de Mehmed, Orban, y donde la tradición quiere que el emperador Constantino muriese peleando tras despojarse de sus insignias; la Puerta del Asalto (Hücum Kapisi), donde se produjo la brecha decisiva, la de Carisio o Edirnekapi, por la que entró Mehmed triunfalmente tras la caída de la ciudad... Con tantas puertas no es raro que al final los defensores se dejaran una abierta por descuido: la legendaria puerta del Circo o Kerkoporta, por la que se perdió la ciudad.
Dormí mal, enfebrecido. Porque sabía que me esperaba una cita la mañana siguiente, de nuevo en las murallas.Constantinopla está especialmente relacionada con los ángeles. Ni siquiera los turcos taparon los que hay representados en Santa Sofía. Una leyenda aseguraba que si algún invasor atravesaba las murallas sería detenido y expulsado al llegar a la vieja columna de Constantino por un ángel vengador. Mika Waltari inventó su propio ángel en El ángel sombrío, Juan Angelos, el misterioso protagonista, que arriba a la Constantinopla asediada cuatro meses antes de su caída. Angelos, que halla un inesperado y malhadado amor en la ciudad condenada, sigue una visión, la de que se encontrará con el ángel de la muerte en la Puerta de San Romano. Yo me fui a la Puerta Dorada, el tramo de la muralla conocido como el Castillo de las siete torres, Yedikule, donde el mito dice que descansa el último emperador esperando para volver un día como un rey Arturo bizantino y descabezado (Mehmet hizo decapitar su cadáver). Cuando el taxi paró, corrí hacia la alta puerta bajo el arco y las torres, por el lado de dentro de la muralla. Como saliendo de la nada, se me interpuso un policía turco con maneras de jenízaro y armado con un fusil de asalto y me gritó algo que no entendí. "Dice que está cerrado", tradujo desde el coche el taxista. El militar me dejó acercarme. Me asomé a un boquete en la puerta y eché un largo vistazo, mientras el ángel sombrío musitaba a mi oído las desesperanzadas palabras que había ido a buscar. Nada permanece.

Los ‘crisolines’ se van sin despedirse | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
Los ‘crisolines’ se van sin despedirse | Cultura | EL PAÍS

Los ‘crisolines’ se van sin despedirse

Aguilar cierra la colección de pequeños libros iniciada en 1946 y que en algunos hogares se vivía como una tradición familiar

Colección de 'crisolines' en la librería del Prado, en Madrid.
Colección de 'crisolines' en la librería del Prado, en Madrid. 

Lo que la cúpula nazi ocultó a la sociedad alemana sobre la ‘solución final’ | Cultura | EL PAÍS

$
0
0
Lo que la cúpula nazi ocultó a la sociedad alemana sobre la ‘solución final’ | Cultura | EL PAÍS

Lo que la cúpula nazi ocultó a la sociedad alemana sobre la ‘solución final’

El historiador francés Florent Brayard defiende en un libro que un reducido grupo de jerarcas hitlerianos mantuvo en secreto hasta últimos de 1943 el asesinato de miles de judíos

Prisioneras del campo de concentración de Auschwitz, en torno a 1944.
Prisioneras del campo de concentración de Auschwitz, en torno a 1944. / GETTY IMAGES
¿Se puede contar algo nuevo del nazismo? En Auschwitz: investigación sobre un complot nazi (editorial Arpa), el historiador francés Florent Brayard, uno de los máximos expertos en el genocidio de los judíos, demuestra que sí. A pesar de la ingente cantidad de libros, biografías, documentales y ficciones que, ochenta años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, sigue generando el régimen de Adolf Hitler, todavía quedan cosas por explicar. Cuestiones tan simples, en apariencia, como quién supo qué y cuándo —las preguntas clásicas en toda investigación— siguen abiertas.
Releyendo con lupa los diarios de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del régimen nazi, y aplicando al texto una mirada de filólogo tanto como de historiador, Brayard alcanza una conclusión que rompe con algunas ideas recibidas sobre este periodo.
Un número reducido de jerarcas nacionalsocialistas, con Hitler a la cabeza, orquestó un complot para ocultar a gran parte de la cúpula nazi y de la Administración —y al resto de alemanes y al mundo— un aspecto clave: el plan para exterminar a los judíos europeos. La conspiración consiguió mantener en el secreto absoluto, entre la primavera de 1942 y otoño de 1943, la ejecución, en Auschwitz y otros campos y lugares de exterminio, de centenares de miles de judíos de Europa occidental, incluidos alemanes.
En las 483 páginas de Auschwitz: investigación sobre un complot nazi, disecciona el proceso de toma de decisiones y la circulación de la información en la Alemania nazi, recompone algunas piezas del relato hasta ahora aceptado y así completa la historia la llamada “solución final”.
Los diarios de Goebbels, uno de los dirigentes más poderosos del nazismo, son el punto de partida. “Lo que yo esperaba [al estudiar sus diarios] era que él lo supiese todo y que lo comentase a su manera, es decir, de manera fanática. Y no era lo que encontraba”, explica Brayard en su despacho de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS, en sus siglas francesas), en París.
Aunque el asesinato de judíos alemanes ya estaba en marcha, nada de eso aparecía en los diarios de Goebbels
Lo que el historiador descubrió fue que, aunque el asesinato de judíos alemanes ya estaba en marcha, nada de eso aparecía en los diarios de Goebbels. Parecía que estuviese en la inopia. Goebbels tenía noticia del asesinato de judíos polacos y soviéticos. Pero de los alemanes, nada. Su idea era que, como señalaban los planes iniciales, estos eran deportados al Este de Europa, y confiaba en su desaparición definitiva, pero no sabía que en aquel mismo momento estaban siendo ejecutados. Si estas noticias no habían llegado a alguien tan significativo como Goebbels, ¿quién estaba informado?
“Respecto a los judíos del Oeste, los más altos responsables y el aparato de seguridad escondieron al resto del aparato del Estado, salvo a aquellos que necesitaban esta información, el hecho de que se había cambiado el proyecto inicial de transplantación que debía conducir, al cabo de un tiempo, a la extinción del pueblo judío”, explica Brayard. “Ya no se trataba del traslado y extinción sino de exterminio inmediato. Y el aparato de Estado hizo, durante 18 meses, como si el programa anterior no hubiese cambiado”.
Hubo un complot, pues, o un “secreto superlativo”, como dice también Brayard. Pero, ¿por qué? ¿Por qué necesitaban Hitler y el jefe de la seguridad del Estado, Heinrich Himmler, que también estaba en el ajo, ocultarlo?
Florent Brayard.
Florent Brayard. 
“Hitler y Himmler creían que, si se hiciese pública la masacre de judíos alemanes deportados al extranjero, podría suscitar protestas como había ocurrido el año anterior, en el verano 1941, cuando varios responsables de la Iglesia católica, en particular el arzobispo Von Galen de Münster, protestaron por la muerte de enfermos mentales, que era secreta. Matar a enfermos mentales, para un Estado nazi embebido de darwinismo social, debía ser la cosa más natural del mundo. Pues no: visiblemente no lo era, ni era aceptable para la población alemana”, argumenta Brayard. “Así que, quizá, se dijeron que, al matar a judíos alemanes, que era los vecinos, la gente que te cruzas cada día, quizá se traspasaba una frontera moral, y que se pondría en riesgo la puesta en marcha de este programa si se desvelase su finalidad real”.
¿Significa esto que Hitler y Himmler se avergonzaban de lo que estaban perpetrando? ¿Que los jefes nazis eran conscientes de que estaba mal?
No, responde el historiador. Si existieron, estos reparos no se manifestaron ante la muerte de los judíos de Europa del Este. Y todos, los que estaban en la conspiración y los que no, compartían la política genocida. “En el fondo, lo que intento mostrar en el libro es que la evaluación por Hitler o Himmler de la moralidad del asesinato de los judíos obedece a un doble criterio. Según la moral nazi, sus actos no son transgresivos, sino que son la aplicación de las leyes de la naturaleza, y pueden glorificarse”, dice Brayard. “Al mismo tiempo, están obligados a tomar en cuenta la manera en que esta misma acción puede ser evaluada en el marco de la moral judeocristiana. Están obligados a tener en cuenta ambas cosas. De lo que están seguros es de que la nueva moral nazi no ha sustituido aún del todo la moral judeocristiana”.
Fue un momento de cambio de civilización. Un mundo acababa, otro no había nacido aún. El complot —el año y medio que la camarilla hitleriana ocultó el asesinato de los compatriotas judíos, hasta casi concluida la matanza— terminó cuando en octubre de 1943 Himmler la desveló a otros jefes nazis. Entre ellos a Goebbels. ¿Se puede contar algo nuevo del nazismo? Sin duda, sí.

AL CARGO DE LA EDICIÓN DE ‘MEIN KAMPF’ EN FRANCÉS

Lleva tres años y medio trabajando en la edición del libro de Hitler con un grupo de 15 historiadores y expertos, y el trabajo aún no está terminado. El historiador Florent Brayard dirige la edición crítica en francés de Mein Kampf (Mi lucha), el libro que Adolf Hitler escribió en 1925. Esta edición será una adaptación de la editada en 2016 por el Instituto de Historia contemporánea de Múnich, que iba acompañada de 3.500 notas explicativas y constaba de dos volúmenes. La edición francesa, por su parte, reducirá las notas, pero tendrá una introducción para cada capítulo. “No contribuyo a difundir Mein Kampf: contribuyo a que los lectores que deseen leer Mein Kampf puedan hacerlo de manera informada”, dice Brayard.
Mein Kampf está disponible en francés en papel y online en la antigua edición de 1934. No era fácil traducir bien a Hitler al francés. “No queremos que la versión francesa de Mein Kampf sea más agradable de leer que la alemana”, explica el historiador. Y añade: “No hay que mejorar a Hitler. Hay que escribir igual de mal que él. Y es muy complicado”.

Eulàlia Valldosera: “Nunca aceptaría hacer retratos a monarcas” | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Eulàlia Valldosera: “Nunca aceptaría hacer retratos a monarcas” | Babelia | EL PAÍS

EN POCAS PALABRAS

Eulàlia Valldosera: “Nunca aceptaría hacer retratos a monarcas”

La artista participa en la exposición 'Patriarcado', en el Museo Thyssen

Eulàlia Valldosera: “Nunca aceptaría hacer retratos a monarcas”
SETANTA
Eulàlia Valldosera (Vilafranca del Penedès, 1963) es una figura destacada en el ámbito de las instalaciones artísticas. Ahora participa en la muestra Patriarcado del Thyssen.
¿Qué le hizo querer ser artista? De adolescente quise una profesión que me pusiera en contacto con todos los sectores de la sociedad. Dudaba entre ser médica o artista, sabía que mi camino era trabajar para la sanación.
¿Qué obra le ha impresionado últimamente? La obra de la sueca Hilma af Klint, quien dijo que sus pinturas se ejecutaban “a través suyo”.
¿Y su favorita de todos los tiempos?La sala de los abencerrajes en la Alhambra.
¿De qué obra ajena le habría gustado ser autora? De una pintura de Georgiana Houghton, por ejemplo El ojo de Dios.
¿Qué aborrece del mundo del arte? La autorreferencialidad, la exclusividad. Ya es momento de entregar nuestras herramientas a la comunidad para potenciar al ser creador que llevamos dentro y autorizarnos a protagonizar el cambio global.
Sus últimas obras suelen ser acciones de carácter efímero. ¿El objeto artístico está agotado? No, sólo está mal situado. No es fácil crear nuevos contextos fuera del imperio comercial. Performar es para mí una forma de circularidad en la que se da un intercambio más equilibrado, desplaza el tema del valor o la venta al capital humano.
También tienen un carácter político o social. ¿Entiende el arte como herramienta de acción? El arte nos hace parte de la creación que ocurre a cada instante. Practico una mística activista con la intención de obtener visión y unirla al sentir del corazón y al poder de la acción: el compromiso y la denuncia son necesarios para la sanación de las memorias colectivas.
De no ser artista, le habría gustado ser… ¡Mecenas!
¿Cuál es la película que más veces ha visto? El documental La cueva de los sueños olvidados, de Herzog, o Lawrence de Arabia...
¿Qué canción o pieza musical escogería como autorretrato? Devi prayer o Himno a la Madre Divina, de Craig Puess y Ananda Devi.
¿Qué está socialmente sobrevalorado? Se me ocurren tantas cosas, los medicamentos, los ibuprofenos, ja, ja.
¿Qué encargo no aceptaría jamás? Retratar a los monarcas.
¿A quién le daría el próximo Premio Velázquez? A Pilar Albarracín, por su coraje.

El homenaje a Machado que censuró el franquismo | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
El homenaje a Machado que censuró el franquismo | Babelia | EL PAÍS

El homenaje a Machado que censuró el franquismo

En 1959, los poetas jóvenes homenajearon a Machado en su tumba. Acento Cultural le dedicó un número pero algunos textos no pasaron la censura

Fotografías, manuscritos y material de archivo de la revista 'Acento cultural'.
Fotografías, manuscritos y material de archivo de la revista 'Acento cultural'. 

“La Biblia ha sido el libro de fantasía más influyente de todos los tiempos” | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
“La Biblia ha sido el libro de fantasía más influyente de todos los tiempos” | Babelia | EL PAÍS

“La Biblia ha sido el libro de fantasía más influyente de todos los tiempos”

Brian Catling, el nuevo rey del género fantástico de culto, se estrenó como novelista a los 61 años con la titánica y devorable 'Vorrh'

Brian Catling, en Londres.
Brian Catling, en Londres. 

Antonio Machado en el andén del exilio | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Antonio Machado en el andén del exilio | Babelia | EL PAÍS

Antonio Machado en el andén del exilio

El pueblo francés de Collioure conmemora el 80º aniversario de la muerte del poeta sevillano. Su tumba es un icono de la memoria republicana

Estación de tren de Collioure, el pasado 12 de febrero.
Estación de tren de Collioure, el pasado 12 de febrero. 

La literatura toma tierra | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
La literatura toma tierra | Babelia | EL PAÍS

EN PORTADA

La literatura toma tierra

El mundo rural protagoniza las últimas novedades editoriales. Su reto es retratar un universo amenazado sin bucolismo ni tremendismo. La generación de la crisis mezcla memoria personal, crítica al capitalismo y reivindicación feminista

La escritora y veterinaria María Sánchez en Las Albaidas, Córdoba.
La escritora y veterinaria María Sánchez en Las Albaidas, Córdoba. 

Se fue Bruno Ganz, el antihéroe de otras épocas | Babelia | EL PAÍS

$
0
0
Se fue Bruno Ganz, el antihéroe de otras épocas | Babelia | EL PAÍS

Se fue Bruno Ganz, el antihéroe de otras épocas

La muerte del actor suizo marca también la agonía de un tipo de cine europeo de autor

Dennis Hopper (izquierda) y Bruno Ganz, en un fotograma de la película 'El amigo americano' de Win Wenders.
Dennis Hopper (izquierda) y Bruno Ganz, en un fotograma de la película 'El amigo americano' de Win Wenders.
Al escuchar la luctuosa e ingrata noticia de la muerte de Bruno Ganz hago memoria de su obra y me asalta la sensación de que también marca la agonía de un tipo de cine europeo que disfrutó de mucho y distinguido público durante los años 70 y 80. Ganz, que era suizo y hablaba con fluidez un monton de idiomas fue el actor más requerido por el cine de autor europeo. Para los sensibilizados y cultos espectadores su presencia implicaba que esas películas poseerían calidad, trascendencia, reflexión. Y, por supuesto, las interpretaciones de Bruno Ganz tenían imán, seducción y casi siempre un punto de tormento. Revelaban, más allá de sus personajes, un intimo y tortuoso mundo interior, zozobra, complejidad psicológica, esas cositas tan prestigiosas. Que están muy bien, aunque a primera vista (y a la décima) yo no las vislumbre en mis actores favoritos: gente como Cary Grant, James Stewart, Robert Mitchum, John Wayne, José Isbert, Marcello Mastroianni... gente así.
La lista de directores europeos con inquietudes artísticas que vieron a Bruno Ganz como el transmisor ideal de los sentimientos que ellos querían mostrar es apabullante. Creo que la primera vez que le vi fue en La Marquesa de O, dirigida por Eric Rhomer, un teatralizado relato de época del que nunca tuve claro si iba en serio o era de broma, a la que recuerdo con cierto encanto. Y me dejó una impresión desasosegante en la mítica adaptación que hizo Wim Wenders del fascinante universo de esa escritora singular llamada Patricia Higshmigh en El amigo americano. El amoral y pragmático Tom Ripley le hacía una oferta a su muy enfermo y desesperado personaje una oferta difícil de rechazar, cargarse a desconocidos a cambio de resolver el futuro a su mujer y a su hijo. Tambien encarnaba dilemas morales y un cerebro tan potente como problemático en la muy curiosa El jugador de ajedrez, que dirigió Wolfgang Petersen.
Con Alain Tanner rodó 'En la ciudad blanca'. Me afectó mucho, pero no he querido volver a verla desde su estreno. Por si acaso.
Continuó su colaboración y su complicidad con Wenders en la mística, pretendidamente lírica y para mi tediosa El cielo sobre Berlín y en Tan lejos, tan cerca, cuando en el cine de este había comenzado una decadencia que acabaría en ruina absoluta, con la excepción de sus documentales. Imagino que Ganz tuvo que decir no a multitud de guiones con pretensiones, pero su filmografía puede alardear de haber trabajado con lo más florido de la época, con muchos representantes de la intelligentsia europea. Con los alemanes Werner Herzog y Volker Schlondorf, la francesa Jeanne Moreau, el austriaco Peter Handke, el griego Theo Angelopoulos, el danés Lars Von Trier, el suizo Alain Tanner. Con este último -un director que siempre me intranquilizó y me conmovió, alguien que habló con inteligencia y sensibilidad del estado de las cosas y de gente tan identificable como acorralada- rodó En la ciudad blanca. Era Lisboa. Por ella deambulaba y vivía un amor sin futuro aquel personaje a punto de rotura que interpretaba admirablemente Bruno Ganz. Me afectó mucho, pero no he querido volver a verla desde su estreno. Por si acaso.
Ganz, con su notable dominio del ingles, tampoco desdeñó trabajar en el cine internacional. Autores tan legendarios como Coppola, Ridley Scott y Terence Malick le reclamaron para intepretaciones breves. Y el gran público le recordará siempre por su perfecta encarnación de alguien tan siniestro como Adolf Hitler en El hundimiento. Ignoro si el trascendente cine que interpretó este hombre habrá envejecido bien, pero su talento y su personalidad son incuestionables.

Viewing all 68121 articles
Browse latest View live


<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>